Lectura: Salmos 63:1-11

Frente a nosotros nos esperaban un montón de kilómetros por pedalear. Lo sabíamos antes de empezar.  Además de las miles de gotitas de sudor que escurrían por nuestras caras.

Mi familia y yo estábamos iniciando la aventura del ciclismo recreativo y empezamos con este deporte con un desafío que creo ahora era más de lo que podíamos hacer, la idea era realizar el perímetro de 12.8 millas de la isla de Mackinac, que está cerca del Lago Hurón y del lago Michigan. No habíamos avanzado mucho cuando nos dimos cuenta de que necesitábamos ayuda con nuestra sed.  Nuestro hijo que cursaba el segundo grado Steven también tenía mucha sed.  Realmente mucha sed.  Decía: “No puedo continuar con esta sed”. Y el único lugar para conseguir una bebida estaba a 5 kilómetros de distancia.

La ironía de todo era la abundancia de agua a nuestro alrededor que invitaba  a refrescarnos.  El lago Huron nos rodeaba  pero no nos atrevimos a beber de su agua por temor a la contaminación.

A menudo nos encontramos en la misma situación espiritualmente. Estamos tan secos como un ciclista con sed, pedaleando tan duro como podemos para alcanzar nuestras metas, rodeados de “agua fresca” que no podemos tomar. Pero la diferencia es que el agua espiritual siempre es segura, y está ahí simplemente esperándonos a que decidamos tomar un gran trago de ella.
David escribió que su alma tenia sed de Dios (Salmo 63:1).  Él sació su sed descubriendo el poder y gloria del Señor (v.2), alabando su misericordia (v.3 – 5), y meditando en Su bondad  (v. 6).

1. Tomemos las ofertas de Dios para calmar nuestra sed.  No hay razón para tener sed cuando Él está tan cerca.

2. La Palabra de Dios es para el alma, lo que el agua es para el cuerpo.

NPD/DB