Lectura: Efesios 4:31-32

El doctor Paul Wilson Brand, (1914-2003), un brillante médico que trabajó por unos años en el campo misionero en la India, ejerció gran parte de su carrera atendiendo enfermos de lepra. Fue el primer médico en darse cuenta de que la lepra no es una enfermedad de los tejidos, sino de los nervios: es la pérdida de la sensación de dolor lo que hace que los pacientes sean susceptibles de sufrir lesiones y provoca que los tejidos se infeccionen, especialmente en las extremidades, debido a lesiones por fuego o cortadas que las personas no pueden sentir. También fue pionero en el desarrollo de técnicas de transferencia de tendones para su uso en manos de personas con lepra.

Dentro de los aportes del Dr. Brand se encontraba una máquina que emitía un fuerte sonido cuando detectaba calor excesivo, o cuando había un golpe fuera de lo común; sin embargo, los pacientes se las terminaban quitando por la incomodidad y por supuesto las lesiones reaparecían.

Al igual que el dolor físico en nuestros cuerpos, el Espíritu Santo nos alerta del daño espiritual, el pecado no reconocido puede afectar gravemente nuestra vida y nuestra conciencia en particular (1 Timoteo 4:1-3).  Así que, para mantener una conciencia limpia, tenemos que responder al pecado reconociéndolo y arrepintiéndonos (1 Juan 1:9; Hechos 26:20).

Es por ello que el apóstol Pablo compartió las siguientes palabras con respecto a esta necesidad como creyentes: “Y por esto yo me esfuerzo siempre por tener una conciencia sin remordimiento delante de Dios y los hombres” (Hechos 24:16).

  1. No debemos acostumbrarnos o adormecernos ante el dolor que nos provoca el pecado, sino más bien permitir que sea una advertencia que nos acerque a Dios para tener una relación más dependiente de Él.
  2. Una conciencia tranquila es como una suave almohada luego de un largo día de trabajo.

HG/MD

“Y por esto yo me esfuerzo siempre por tener una conciencia sin remordimiento delante de Dios y los hombres” (Hechos 24:16).