Lectura: Apocalipsis 21:1-7

A todos en algún momento de la vida nos han roto el corazón.  Las causas pueden ser muchas y variadas: crueldad, desamor, pérdida, sueños inalcanzables; sin importar la causa, finalmente esta situación viene acompañada por alguna que otra lágrima.

Y no hay problema en llorar.  Un dicho dice que: “las lágrimas son la única cura para el llanto”.  Llorar un poco nos puede hacer muy bien.

Jesús mismo ejemplificó que llorar no tiene nada de malo, Él lloró ante la tumba de su amigo Lázaro (Juan 11:35), y también llora con nosotros (v. 33). Nuestras lágrimas no pasan desapercibidas por nuestro Señor.

Él está al tanto de nuestras noches de angustia e insomnio. Su corazón se duele cuando sufrimos. Él es el “Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones” (2 Corintios 1:3-4).  Además, utiliza a su pueblo para que nos consolemos y nos demos ánimo unos a otros.

Debemos tener claro también que el consuelo presente no es la respuesta final.  Habrá un día futuro cuando ya no habrá muerte, ni tristeza, ni llanto, porque todas estas cosas ya “pasaron” (Apocalipsis 21:4). Allí, en el cielo, Dios enjugará toda lágrima. Nuestro Señor nos ama tanto y su amor es tan profundo y personal, que Él mismo será quien seque las lágrimas de nuestros ojos.

  1. “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mateo 5:4).
  2. El camino por el que transitamos suele ser difícil, pero se hace soportable si estamos conscientes de que a nuestro lado nos acompaña el Espíritu Santo (Juan 14:16).

HG/MD

“Y yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre” (Juan 14:16).