Lectura: Efesios 2:11-22

Los muros han acompañado a la humanidad desde sus inicios. Por citar tan sólo uno, podemos recordar el Muro de Adriano, en el norte de Inglaterra, 18 mil soldados resguardaban esta barrera de 128 kilómetros de largo que se levantó para impedir que los bárbaros pudieran cruzar el sur de Inglaterra, y representa uno de los logros más recordados de este emperador romano.

El Muro de Adriano, como todos los demás, están construidos para mantener a las personas afuera.  Pero, al contrario de los grandes muros, el Señor es recordado por echar abajo la pared espiritual que nos impedía acercarnos a Dios y poder entrar a su reino. 

Este es el principio que el apóstol Pablo refuerza en su carta a los efesios: “Porque él es nuestra paz, quien de ambos nos hizo uno. Él derribó en su carne la barrera de división, es decir, la hostilidad, y abolió la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas para crear en sí mismo de los dos hombres un solo hombre nuevo, haciendo así la paz” (Efesios 2:14-15).

Uno de los aspectos más maravillosos de la fe cristiana, es que se tendió un puente entre la humanidad perdida y Dios, mediante su muerte en la cruz; Cristo ha quitado las barreras que con tanta frecuencia separan a la gente, y nos ha unido en comunión y amor verdaderos.

  1. Construye puentes por medio del Evangelio para permitir que la mayor cantidad de personas puedan entrar en el reino de Dios.
  2. Derriba los muros, comparte tu fe con otros.

HG/MD

“Y vino y anunció las buenas nuevas: paz para ustedes que estaban lejos y paz para los que estaban cerca, ya que por medio de él ambos tenemos acceso al Padre en un solo Espíritu. ya que por medio de él ambos tenemos acceso al Padre en un solo Espíritu” (Efesios 2:17-18).