Lectura: Efesios 2:11-22; 4:1-3

Cuando el muro de Berlín cayó el 9 de noviembre de 1989, con él cayeron 28 años de separación de esa ciudad; ese mismo día por diferentes medios se informó a las personas que vivían en ambos lados del muro, que por fin su sueño de cruzar al otro lado y ver a sus familiares se había convertido en realidad.

Jesús también destruyó un muro de un solo golpe, “…derribó en su carne la barrera de división” (Efesios 2:14) que había entre judíos y gentiles.  Y con esa acción Él también derribó la barrera impenetrable que separaba a Dios y al hombre.  Fueron su muerte y resurrección las que hicieron el mayor de los milagros, la reconciliación de Dios con el género humano (v.16).

Gracias a ello los creyentes ahora somos: “conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (v.19), y debido a ello nos convertimos en el “templo santo en el Señor” (v.21), en el que habita el Espíritu Santo (v.22).

No obstante, en algunos creyentes aún persiste el deseo de reconstruir muros entre sí, es por ello que, sabiendo esto, el apóstol Pablo les aconsejó a los Efesios y a nosotros lo siguiente: “…les exhorto a que anden como es digno del llamamiento con que fueron llamados: con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose los unos a los otros en amor, procurando con diligencia guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:1-3).

  1. En lugar de construir muros, mejor construyamos puentes que permitan que tengamos comunión entre nosotros.
  2. Hagamos que el mundo vea que en verdad somos parte de la familia de Dios.

HG/MD

“También reconcilió con Dios a ambos en un solo cuerpo por medio de la cruz, dando muerte en ella a la enemistad” (Efesios 2:16).