Lectura: Juan: 4:1-26

Cuando éramos niños, a menudo nos ponían a realizar labores que tenían que ver con el quehacer de la casa, por ejemplo: limpiar la vajilla, cortar el césped, recoger los desórdenes que nosotros mismos causábamos o ayudar con las compras del mercado; no obstante, nuestros padres siempre hacían mejor las cosas que nosotros, debido posiblemente a los muchos años de experiencia realizando esas tareas.

Sin importar la edad, la vida se compone de cosas que debemos hacer.  Aunque a algunos no les gusta esta idea de trabajo, otros se centran en el desafío de hacer sus tareas de una mejor forma cada día.

Nuestro Señor Jesús enfrentó una situación de este tipo.  En su viaje de Judea a Galilea, le era necesario pasar por territorio poco amigable para un judío, pasar por tierras de Samaria (Juan 4:4).  Aunque quizás sus discípulos se debieron haber preguntado la razón por la cual el Señor tomó esa ruta, Jesús sabía que era necesario.  Mientras pasaba por ahí, tuvo la oportunidad de compartir el evangelio con una mujer samaritana y con las personas de la villa donde ella habitaba.

Alguien dijo una vez una frase muy sabia: “He aprendido mucho más de las cosas que he tenido que hacer, que de las cosas que he optado por hacer”.  ¿Te gustaría decir eso?  Entonces empieza por no rebelarte contra las tareas que debes hacer.

  1. El deber puede ser una delicia, si se ve como una oportunidad para hacer lo que es correcto.
  2. Toma tú también el desafío de hacer mejor las cosas cada día.

HG/MD

“He escogido el camino de la verdad; he puesto tus juicios delante de mí” (Salmos 119:30).