Lectura: Salmos 142:1-7

No sé para ustedes, pero para mi el tema de la oración continúa siendo uno de esos misterios que son difíciles de comprender.  Pero, de lo que sí puedo estar seguro, es que cuando estamos en una situación complicada la oración brota naturalmente de nuestros labios desde lo más profundo de nuestros corazones.

Cuando tenemos miedo, enfrentamos algo que creemos está más allá de lo que podemos soportar, o fuera de lo acostumbrado, con nuestro bienestar en peligro o amenazado, recurrimos a la oración de manera espontánea e instintiva. Nuestro clamor natural es: “¡Señor, ayúdame!”.

Eugene Peterson (1932-2018) escribió lo siguiente sobre este tema: “El lenguaje de la oración se forja en el crisol de la dificultad. Cuando no podemos ayudarnos solos y clamamos por ayuda, cuando no nos gusta dónde estamos y queremos escapar, cuando nos desagrada quiénes somos y deseamos cambiar, usamos expresiones básicas que se convierten en el lenguaje esencial de la oración”.

Sin embargo, la oración no debe estar reservada para los momentos difíciles, más bien debe ser una práctica natural, tal como tomar agua o alimentarnos.  No exige ninguna preparación especial, vocabulario exacto ni postura apropiada, sino que debe brotar naturalmente, convirtiéndose con el tiempo en una respuesta habitual para toda situación, sea buena o mala, de esta vida, como una continua acción de gracias por su misericordia y fidelidad (Filipenses 4:6).

  1. ¡Qué privilegio es llevar todo a Dios en oración!
  2. Habla con Dios, es así de simple.

HG/MD

“Por nada estén afanosos; más bien, presenten sus peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6).