Cuentan que un hombre muy rico y orgulloso quería saber qué debía hacer para poder encontrar a Dios.
Preguntó a un hombre muy sabio que vivía en las afueras del pueblo y éste le llevó a la montaña, y no le dejó beber agua en dos días.
Luego le llevó a una naciente en el suelo donde nacía el río que abastecía a todo el pueblo. El sabio le dijo:
-«Sabes que debes beber agua para sobrevivir ¿Cómo tomarías de esta agua en este momento?»
El hombre se arrodilló y bajando su cabeza bebió del agua que brotaba del suelo. El hombre sabio le dijo:
-«Es exactamente lo que debes hacer para encontrar a Dios: Dejar de lado tu orgullo, reconocer tu necesidad de agua, o sea de Dios, arrodillarte e incluso humillarte hasta llegar al suelo.
Era la única forma de beber el agua que te salvaría, así mismo para encontrarte con Dios y ser salvo debes postrarte, reconocer que sin Dios no tienes salvación y humillarte… ¿Qué vas a recibir?… poder beber del agua que salvará tu vida, tu alma».
Parece muy sencillo, pero hubo un alto costo por esa agua, pues no teníamos acceso a la fuente. Sin embargo, Dios mismo preparó la solución y pagó el precio viniendo como hombre y pagando como el peor de los humanos el precio de nuestra culpa. Creer que hay otra manera de lograrlo, lo cual generalmente implica obras de mi parte para hacer méritos, es orgullo, es exaltarme sobre el sacrificio de Jesucristo, y eso es necedad, es perder el tiempo (Tito 3:5).
Le invito a humillarse, a postrarse y hacerlo a manera de Dios, la única manera posible, creyendo en que sólo el sacrificio en la cruz hecho por Jesucristo es suficiente y completo para pagar por nuestra culpa, y disfrutar de su agua salvadora, de ser llamado ahora hijo (a) de Dios (Juan 1:12), y disfrutar de la reconciliación con Dios y Su vida eterna. No más culpa, no más terror ni miedo a morir; una vida que se vive desde la perspectiva de lo eterno y no lo pasajero ni lo material; eso sí que es agua para un alma sedienta.
“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.”