Lectura: Levítico 26:36-45
La señal intermitente sobre la carretera era clara y contundente: “Reduzca la velocidad, control de alcohol y drogas adelante”.
Al menos 150 vehículos tomaron la siguiente salida luego de pasar la señal, y por supuesto esa era una de las intenciones detrás de aquella información y advertencia. Los únicos conductores con una razón válida para no pasar por ese control eran los residentes y no aquellos que querían evitar el puesto de control. Ese día las autoridades realizaron varios arrestos y confiscaron vehículos que transportaban drogas.
Es un hecho que la pérdida de valores es tan sólo uno de los efectos secundarios de la violación de la ley. La audacia necesaria para romper la ley es superada únicamente por el miedo a ser descubierto. A menudo nuestros errores hacen que tengamos remordimiento de conciencia, aunque nadie se haya dado cuenta de lo que hicimos (Proverbios 28:1). Nuestro miedo finalmente revela y confirma nuestra culpa.
En Levítico 26, Dios le dijo explícitamente a su pueblo lo que pasaría si decidían romper su ley. Les dijo: “infundiré tal cobardía en la tierra de sus enemigos que el ruido de una hoja sacudida los ahuyentará» (Levítico 26:36), y que: “huirán como quien huye de la espada y caerán sin que nadie los persiga. Tropezarán los unos con los otros, como si huyeran de la espada, aunque nadie los persiga” (Levítico 26:36-37). Pero Él también les dejó la puerta abierta para el arrepentimiento genuino (Levítico 26:40 -42).
En muchas ocasiones el miedo muestra que necesitamos mejorar nuestra relación con Dios. La confesión es el primer paso para la restauración. Si admitimos nuestros pecados a Dios, Él promete perdonarnos (1 Juan 1:9).
- Al venir limpios ante Dios descubriremos que el miedo huirá de nosotros.
- Hay pocas cosas que infunden más valor que una buena conciencia delante de Dios.
HG/MD
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).