Lectura: 1 Pedro 1:13-21

En algunas universidades se han vuelto populares los cursos “alternativos”, uno de ellos es el curso de la felicidad; en estas populares clases los profesores buscan compartir con los alumnos: ¿Cómo llegar a ser felices?

Esto me hizo pensar que algunas veces hemos llevado la búsqueda de la felicidad en esta tierra demasiado lejos, la vemos como el principal objetivo de la vida y es ahí cuando nuestro pensamiento se confunde, pues es una verdad que no podemos estar felices todo el tiempo, ni lo que hoy sirvió para hacernos felices necesariamente funcionará mañana.

La Palabra de Dios nos dice algunas cosas con respecto a la felicidad, incluso menciona el gozo que debe estar presente en nuestras vidas, el cual proviene de Dios (Eclesiastés 3:12; 7:14; 11:9).

También nos dice que la única forma de tenerla es cuando obedecemos a los mandatos de Dios para nuestro tiempo, los cuales encontramos en la Biblia (Salmos 1:1-2; Proverbios 16:20; 29:18), y esa obediencia se ejemplifica con nuestras acciones, tal como nos lo dice el apóstol Pedro: “Y si invocan como Padre a aquel que juzga según la obra de cada uno sin hacer distinción de personas, condúzcanse en temor todo el tiempo de su peregrinación” (1 Pedro 1:13).

Así es que, en verdad, la motivación para tener una vida plena y feliz, no debe venir de un mero sentimiento de felicidad momentánea, sino que debe venir de una convicción en Dios, la cual nos lleva a sentirnos tranquilos y llenos de esperanza, sin importar la situación en la cual nos encontremos (Tito 2:11-13), ya sea que estemos alegres o no.

  1. No hay verdadera felicidad sin obediencia, ni hay obediencia verdadera sin Dios.
  2. Ser meramente felices es secundario cuando entendemos que esta vida es temporal, y que el gozo eterno tan sólo lo hallaremos en nuestro hogar celestial (Filipenses 3:20).

HG/MD

“Porque la gracia salvadora de Dios se ha manifestado a todos los hombres, enseñándonos a vivir de manera prudente, justa y piadosa en la edad presente, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas.” (Tito 2:11-12).