Lectura: Santiago 3:1-12
En una conversación entre dos amigas, una le decía a la otra cuán dichosa era por tener un esposo tan comprometido e involucrado en la vida de sus hijos: los acompañaba a sus partidos, cuando llegaba del trabajo a la casa sacaba tiempo para responder dudas sobre sus tareas, también estaba muy atento a las necesidades de su esposa y le importaban las cosas de Dios. Resumió diciendo: “¡Tienes un verdadero tesoro en ese hombre!”.
La mujer le respondió: “Pero, no pensabas lo mismo cuando lo conociste, me dijiste que estabas preocupada porque éramos muy diferentes, yo venía de una familia grande y ruidosa y él de una pequeña y con problemas maritales, entre muchos otros comentarios que hiciste”.
Además, agregó: “Ahora piensa por un momento si yo te hubiera hecho caso, esos comentarios pudieron haber destruido la relación con quien sería mi esposo, una relación que después de todo demostró ser tan armoniosa y feliz”.
Debemos tener un cuidado extremo con lo que decimos y sobre todo con nuestras opiniones. La mayoría de nosotros somos rápidos para señalar lo que consideramos debilidades de otros, ya se trate de personas en nuestra familia, los amigos, colegas de trabajo; o nos centrarnos en sus errores. Santiago dice que “la lengua es un miembro pequeño” (Santiago 3:5), pero que las palabras que tiene la capacidad de emitir pueden destruir relaciones, o, por el contrario, generar paz y armonía en el trabajo, la iglesia y la familia.
- Al comenzar cada día es una excelente idea recordar con frecuencia la oración de David: “Pon, oh Señor, guardia a mi boca; guarda la puerta de mis labios” (Salmo 141:3).
- Señor, frena nuestras palabras inconvenientes y cuida nuestra lengua hoy y siempre.
HG/MD
“De la misma boca salen bendición y maldición. No puede ser, hermanos míos, que estas cosas sean así” (Santiago 3:10).
0 comentarios