Lectura: 2 Timoteo 2:19-26

Alipio era un hombre muy entendido en varias ramas del saber, él vivió en el siglo IV, de él se cuenta la siguiente historia: Sus vecinos muchas veces lo incitaban a asistir a los combates de los gladiadores.  Y él se negaba porque aborrecía la brutalidad de esas barbáricas competencias.

Sin embargo, un día lo coaccionaron para asistir.  Decidido a no ver el sangriento espectáculo, Alipio mantuvo los ojos cerrados apretadamente.  Pero un grito penetrante lo hizo atisbar justo cuando uno de los luchadores recibía una herida fatal.  El escritor J. N. Norton comenta: “Las finas sensibilidades  (de Alipio) se embotaron, y se unió a la ruidosa multitud con sus gritos y exclamaciones.  Desde aquel momento fue otro: cambio para lo peor, no sólo asistía a esos deportes, sino que incitaba a otros a que hiciesen lo mismo.”

Aunque Alipio entró a la arena contra su voluntad, el haberse expuesto al mal demuestra lo que le puede suceder a la mejor de las personas cuando prueban un poquito del placer destructor.  Sin darse cuenta se vuelven esclavos voluntarios del pecado.

El apóstol Pablo dijo a Timoteo que huyese del mal (2 Tim.2:22), que cortase por lo sano.  Él sabía que sustituir los malos deseos siguiendo las cosas justas de Dios es la mejor manera de evitar problemas.

  1. El peor paso es generalmente ese fatal ¡primer paso!
  1. Si le das un centímetro al pecado se tomará un kilómetro.

NPD/HVL