Lectura: Deuteronomio 8:11-20
Cuando se nada en el mar siempre debemos hacerlo con cuidado. Un especialista en triatlón estaba entrenando en una playa para su próxima competición; el agua estaba en calma y se sentía muy bien por haber recorrido una distancia considerable.
Sin embargo, cuando intentó regresar a la orilla se dio cuenta de que no podía, estaba totalmente engañado, su rápido desplazamiento no se debía a su buena condición, sino a una corriente de agua que lo estaba impulsando.
Algo muy similar puede sucedernos en nuestra relación con Dios. “Cuando le seguimos la corriente a nuestro ego” podemos creer que somos más fuertes de lo que en realidad somos. En ocasiones la vida puede parecernos demasiado fácil, y nos engañamos a nosotros mismos al creer que nuestra buena posición se debe a lo brillantes que somos, a nuestra astuta forma de actuar, o a la fuerza que tenemos. Esto hace que nos volvamos orgullosos y autosuficientes; pero cuando nos visitan los problemas entendemos lo débiles e inútiles que somos.
Esto le aconteció al pueblo de Israel. Dios los había bendecido con muchos éxitos militares, paz y prosperidad, pero, pensaron que todo aquello era obra de su propio mérito y esto hizo que apareciera la soberbia (Deuteronomio 8:11-12). Debido a ello comenzaron a desobedecer continuamente, lo cual los dejó vulnerables a los ataques del enemigo; hasta ese momento entendieron lo débiles que eran y cuánto necesitaban a Dios.
- Cuando nos va bien no debemos dejarnos engañar por las corrientes peligrosas del pecado. El orgullo nos llevará donde no debemos ir. Solo la humildad nos mantendrá con la actitud correcta de agradecimiento a Dios y dependencia de su poder.
- La dependencia de Dios no es debilidad, es reconocer quién está a cargo realmente; para nosotros los creyentes siempre será Dios.
HG/MD
“Confía en el Señor con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos y él enderezará tus sendas” (Proverbios 3:5-6).
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