Lectura: 2 Corintios 1:3-7

Cuando Emma se dio cuenta de que tenía una enfermedad crónica muy severa que la acompañaría toda su vida, quiso rendirse. Ella era una creyente muy activa y apasionada por compartir con otros lo que cada día descubría de Dios, pero esta enfermedad la afectó de tal manera que les dijo a algunos amigos que no veía razón por la cual seguir luchando.

Sin embargo, sus amigos la convencieron de someterse al tratamiento y tomar las medicinas, además de poner aún más su confianza, providencia y planes en Dios.

Unos tres años después de diagnosticada, tuvo la oportunidad de conocer a Emily, una jovencita a quien también le habían detectado un cáncer y creía que pocos podían entender por lo que estaba pasando.

Fue en ese momento cuando Emma entró en su vida, lo que ella había vivido, la tristeza, frustración, rabia y posterior paz que había hallado en el Señor, le permitieron acompañar y consolar a Emily en esta etapa compleja de su vida.  En sus adentros Emma se dijo: “Ahora veo cómo Dios puede continuar utilizándome”.

Nunca será fácil aceptar el sufrimiento, pero Dios puede usarlo de maneras inesperadas, y en muchas ocasiones sirve para ser un instrumento de ayuda y consuelo para otros.

El apóstol Pablo supo en carne propia lo que era sufrir por nuestro Señor (2 Corintios 11:22-33; 12:7-10), y esto le permitió aprender el propósito de su sufrimiento (2 Corintios 1:3-5).  Dios no nos pide que neguemos nuestro dolor, sino que cuando estemos viviéndolo podamos acercarnos más a nuestros seres queridos, y a otros que también están pasando por circunstancias difíciles, y que finalmente seamos más dependientes de Él.

  1. ¿Te ha utilizado Dios para consolar a otros? ¿Cómo te sentiste? ¿Cómo te ayudó a profundizar tu fe?
  2. ¿Qué has aprendido de las circunstancias dolorosas? ¿Cómo te acercó más a Dios?

HG/MD

“Quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. De esta manera, con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios, también nosotros podemos consolar a los que están en cualquier tribulación” (2 Corintios 1:4).