Lectura: Salmos 145:1-21

En el libro “El mercader de Venecia”, William Shakespeare (1564-1616) describe a la misericordia de la siguiente manera: “es como una suave lluvia del cielo: es doblemente bendita; bendice al que la da pero también al que la toma”.

En cierta forma Shakespeare no estaba tan alejado de la verdad, nuestras obras de misericordia bendicen a la persona a quien le tendemos una mano compasiva, pero no se queda ahí, nosotros también somos bendecidos, al experimentar la promesa de nuestro Señor: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia” (Mateo 5:7). 

No obstante, Shakespeare nunca pudo percibir al tercer receptor de la bendición: ¡Dios!  Cuando practicamos la amabilidad en el nombre de nuestro Señor, Dios recibe alabanza; y es honrado cuando mostramos misericordia para con otros.

Así que, lo que hacemos o dejamos de hacer nos afecta, Dios se alegra cuando reconocemos Su bondad en adoración y no se place cuando servimos a nuestros intereses egoístas (Proverbios 11:20; Hebreos 13:15-16).  

  1. Los actos de misericordia son actos de alabanza a Dios.
  2. Darnos a los demás da gozo a Dios.

HG/MD

“Cada día te bendeciré y alabaré tu nombre eternamente y para siempre” (Salmos 145:2).