Lectura: 1 Pedro 2:13-25
El viaje había sido muy largo, y los niños empezaban a inquietarse.
La primera en llorar fue la más pequeña diciendo que su hermano la estaba pellizcando, por lo que su hermano también empezó a llorar diciendo que él lo había hecho porque su hermana lo había golpeado con su muñeca, entonces la niña replicó: pero yo lo hice porque mi hermano me dijo que era una llorona.
Lamentablemente, este comportamiento es habitual entre los niños, pero también puede aparecer en los adultos, por ejemplo, cuando una persona ofende a otra, y el ofendido reacciona respondiendo enojado. El ofensor a su vez contraataca con otro insulto. Poco después, tristemente es normal que la relación quede dañada por el enojo y las palabras crueles.
La Palabra de Dios nos enseña que “Hay quienes hablan como dando estocadas de espada”, pero que “La suave respuesta quita la ira” (Proverbios 12:18;15:1). Además, en muchas ocasiones la mejor manera de actuar ante comentarios ofensivos es callarse.
Horas antes de su crucifixión, nuestro Señor también fue incitado para que reaccionara de una mala manera; intentaron provocarlo con sus palabras (Mateo 27:41-43). Sin embargo, “Cuando lo maldecían, él no respondía con maldición. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba al que juzga con justicia” (1 Pedro 2:23).
- El ejemplo de Jesús nos enseña a cómo responder si alguien nos ofende.
- Oremos para que el Espíritu Santo nos guíe y nos ayude a tener un buen testimonio.
HG/MD
“Cuando lo maldecían, él no respondía con maldición. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba al que juzga con justicia” (1 Pedro 2:23).
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