Lectura: Romanos 16-1-16

Cuando recibimos un paquete con envío certificado, significa que nos están enviando algo muy importante y que el remitente quiere asegurarse que sea recibido por la persona a quien va dirigido.

Según una gran mayoría de estudiosos bíblicos, la persona que entregó la carta a los Romanos en la mano de los líderes de la iglesia de Roma, fue una diaconisa llamada Febe. 

Con el tiempo hemos entendido que esta carta es invaluable, es una obra maestra doctrinal. Entre sus temas encontramos la razón por la cual la humanidad está perdida en el pecado, prosigue con una explicación sobre el único camino de fe que puede salvarnos por medio de Jesús, y termina con una sección práctica donde el apóstol habla al corazón del creyente y lo desafía a seguir el ejemplo de Jesús.

Volviendo a la mensajera Febe, su nombre significa “brillante y radiante”, se trata de una habitante de Cencrea, una pequeña aldea portuaria al este de Corinto donde el apóstol Pablo había hecho una corta parada en su tercer viaje misionero, y de hecho, Pablo escribe en la carta unas pequeñas pero poderosas palabras de agradecimiento sobre Febe: “Les recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia que está en Cencrea, para que la reciban en el Señor como es digno de los santos, y que la ayuden en cualquier cosa que sea necesaria; porque ella ha ayudado a muchos, incluso a mí mismo” (Romanos 16:1-2).

De alguna forma todos nos hemos convertido en “mensajeros espirituales”.  Somos cartas abiertas dirigidas a quien desee escuchar y leer el mensaje de salvación como contenido principal (2 Corintios 3:2-4).

  1. Al igual que Febe tenemos la responsabilidad de llevar el mensaje de salvación a quienes aún no lo han escuchado, y ser de edificación para quienes, habiendo oído, quieren crecer en su fe.
  2. Sirvamos a Dios compartiendo Su Palabra con los demás.

HG/MD

“Es evidente que ustedes son carta de Cristo, expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones humanos” (2 Corintios 3:3).