Lectura: 2 Corintios 9:6-15
Un día mientras visitaba un restaurante ubicado en la zona montañosa, noté un comportamiento que me llamó muchísimo la atención. En ese lugar tenían varios comederos para los colibríes; estos laboriosos pajaritos tienen que consumir mucho alimento para mantener funcionando a su acelerado metabolismo, por lo cual había muchas aves llegando a aquel lugar.
No obstante, lo que me llamó la atención fue su comportamiento; aunque había al menos 3 comederos con cuatro alimentadores, ellos peleaban por el que estaba ocupando uno de sus vecinos aunque la fuente de alimentos era igual en cada caso: un recipiente de almíbar en el fondo del comedero. Al ver esto pensé en la reacción tan competitiva y por qué no decirlo, codiciosa de cierta manera.
Al pensar un poco más en aquella situación me pregunté: ¿Por qué es mucho más fácil ver la codicia de las aves que la nuestra? A menudo, queremos ocupar en la “mesa de Dios” el lugar de otro, a pesar de que ciertamente todo lo bueno procede de la misma fuente, del Señor, y su provisión nunca se acabará. De hecho, Él puede prepararnos una mesa aun en presencia de nuestros enemigos (Salmo 23:5), Entonces, ¿por qué nos preocupa que otro ocupe el lugar que nosotros deseamos?
El Señor puede “… hacer que abunde en ustedes toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo necesario, abunden para toda buena obra” (2 Corintios 9:8). Cuando reconozcamos la importancia de nuestra labor como servidores de la gracia de Dios (1 Pedro 4:10), dejaremos de pelear para ocupar la posición de otra persona y estaremos agradecidos por el lugar que Él nos ha dado para servir a otros en su nombre.
- En lugar de procurar un mejor lugar ante los hombres, busquemos una mejor forma de servir a Dios y a nuestros semejantes.
- No permitas que la codicia domine tu vida y acepta que el plan de Dios es perfecto, aunque no puedas comprenderlo en este momento.
HG/MD
“Entonces se sentó, llamó a los doce y les dijo: Si alguno quiere ser el primero deberá ser el último de todos y el siervo de todos” (Marcos 9:35).