Lectura: Salmos 55:16-23

Veo mi reloj, la alarma de mi teléfono inteligente emite un mensaje de recordatorio que dice: “Tarde, 5 minutos para tu cita con el dentista”.  Me apresuro y logro llegar con 15 minutos de retraso.  El doctor me hace una limpieza dental y examina mi boca, en búsqueda de caries y otras cosas.  Tengo plena confianza de que el doctor me dará un reporte certero sobre la condición de mis dientes y encías al final del examen.  Además de hacer estas visitas rutinarias, me cepillo habitualmente luego de cada comida, uso un hilo especial para mis dientes y enjuague bucal.

Es importante recordar que una buena higiene dental, aleja enfermedades que pueden poner en peligro nuestras piezas dentales, por ejemplo la gingivitis, que es una enfermedad reversible que afecta a las encías, que como consecuencia de un proceso de inflamación provocado por bacterias que infectan la zona, causa que sangren, cambien de color (encías rojas) y se vuelvan más grandes; en algunos casos puede llevar a la cirugía o pérdida de piezas dentales, pero es reversible si se mantiene una buena higiene bucal y tratamiento.

Todos los hábitos se comportan de esa manera, incluyendo la oración.  Los creyentes de todas las edades deben estar conscientes de que a menos que se planifiquen los tiempos de oración, normalmente no lo hacemos.  Daniel estableció horas específicas para orar, a pesar del peligro que estaba corriendo al hacerlo (“Cuando Daniel supo que el documento estaba firmado entró en su casa y, con las ventanas de su cámara abiertas hacia Jerusalén, se hincaba de rodillas tres veces al día. Y oraba y daba gracias a su Dios, como lo solía hacer antes” – Dan. 6:10).  El rey David tenía también un horario para orar, tal como lo indica el Salmo 55:17 “Al anochecer, al amanecer y al mediodía oraré y clamaré; y él oirá mi voz”.

También hay que reconocer, que al hacer un horario podemos caer en la trampa del ya lo hice, ya cumplí, pues esto no garantiza que la oración sea eficaz y se puede convertir en una formalidad más.  Nuestras oraciones no deben salir de formalismos, sino de un corazón agradecido y humillado, tal como lo explica el mismo David: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado. Al corazón contrito y humillado no desprecias tú, oh Dios.” (Salmos 51:17).  Aun así, si no hacemos un plan para orar, en la realidad oraremos muy poco.

  1. El no tener buenos hábitos espirituales, conducirá a una vida espiritual pobre e inefectiva.

 

  1. Planifica tus oraciones, luego ora por tus planes.

HG/MD

“Al anochecer, al amanecer y al mediodía oraré y clamaré; y él oirá mi voz” (Salmos 55:17).