Lectura: Marcos 4:1-20

Viendo un programa de televisión sobre jardinería, dieron un consejo que nunca había oído mencionar; el conductor del programa quien era un ingeniero agrónomo dijo lo siguiente: “Ocúpese de cuidar la tierra y no se preocupe por las plantas.  Si la tierra está en buenas condiciones, la semilla echará buenas raíces y crecerá”.

Hoy leímos la muy conocida parábola del Sembrador en Marcos 4, la cual hace un énfasis especial en la “buena tierra”.  El pasaje definió la “buena tierra” como aquellos que “oyen” la Palabra de Dios, “la reciben y producen fruto” (v.20).  En el tanto mantengamos un corazón humilde, obediente y receptivo, echaremos raíces fuertes, creceremos y daremos fruto.

La vida potencial de las plantas yace en la semilla; si las condiciones son correctas crecerá, llegará a la madurez y producirá fruto.  De igual forma, si la semilla de la Palabra de Dios se siembra en buena tierra, en un corazón receptivo, crecerá hasta que refleje el carácter de Cristo. Para el creyente, el poder para hacer frente a la vida proviene del Espíritu Santo que mora en él, aunado a la buena disposición de obedecer la voluntad de Dios. El Espíritu Santo nos hará crecer y dar fruto (Gálatas 5:22-23).

Así como no podemos obligar a las semillas de nuestro jardín crecer, tampoco podemos obligarnos por nuestras propias fuerzas a crecer, ya que el único que puede hacer eso es Dios: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Corintios 3:6); lo que si podemos hacer es cuidar la tierra, mantener nuestro corazón humilde y obediente a Dios, sólo así seremos capaces de permitir que el fruto del Espíritu Santo emerja en nuestras vidas.

  1. Y tú, ¿qué clase de tierra eres?
  2. Un corazón sensible a Dios es tierra donde puede crecer y dar fruto la semilla de su Palabra.

HG/MD

“Y aquellos que fueron sembrados en buena tierra son los que oyen la palabra, la reciben y producen fruto a treinta, a sesenta y a ciento por uno” (Marcos 4:20)