Lectura: Salmo 40:1-5
Esa temporada lluviosa había sido particularmente fuerte y la zona a la que nos dirigíamos se había visto muy afectada; no obstante, necesitábamos atender un compromiso impostergable. Entonces, sucedió algo esperable, cuando intentamos salir de aquel lugar descubrimos que el automóvil estaba atascado, las ruedas giraban sobre el fango y se hundían cada vez más, era todo un desastre.
La única salida era empujar el auto, pero nuestro esfuerzo no era suficiente. ¡Necesitábamos ayuda! Entonces, a lo lejos vimos a dos jóvenes quienes respondieron alegremente a nuestros gritos y señas frenéticas. Finalmente, la fuerza de ambos sacó el automóvil de la zona de atasco y nos retornaron al camino.
En nuestra lectura devocional leímos el Salmo 40, el cual nos enseña sobre la fidelidad de Dios cuando David clamó pidiendo de la siguiente forma: “Pacientemente esperé al Señor, y él se inclinó a mí y oyó mi clamor. Me hizo subir del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso” (Salmo 40:1-2).
David sabía que debíamos acudir a Dios sin importar la circunstancia. Ya sea que estemos atascados en el fango, que estemos pasando por una decepción o una situación que parezca imposible de solventar, nuestro refugio siempre debe ser el Salvador.
- No debes olvidar que Dios en su misericordia también actúa por medio de otras personas a quienes pone en nuestro camino.
- Por supuesto, tú también puedes ser un instrumento del amor y la fidelidad de Dios, para ser de bendición a los demás.
HG/MD
“Pacientemente esperé al Señor, y él se inclinó a mí y oyó mi clamor. Me hizo subir del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso. Puso mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos” (Salmo 40:1-2).
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