Lectura: Daniel 9:3-19

¿No sé si conoces la historia del anciano que fue arrestado por orar?  ¿Si te digo el nombre Beltesasar, te refresco la memoria? ¿Quizás si te menciono los nombres de algunos de sus amigos: Ananías, Misael y Azarías?  ¿Si te digo que Dios le concedió el don de interpretación de sueños?

Probablemente con todas estas pistas ya lo recuerdas, me refiero a la historia de Daniel, un anciano judío en Babilonia quien fue sentenciado a morir debido a su costumbre de hablar con Dios (Daniel 6), y fue echado a un foso lleno de leones (v.6); en realidad esta no es la única vez que lo encontramos orando.

En Daniel 9 está leyendo el rollo del profeta Jeremías (antes los libros eran preservados en rollos confeccionados de papiro), en el cual decía que su cautiverio duraría 70 años y el pueblo llevaba al menos 67 años en el exilio (Jeremías 25:8-11), Daniel anhelaba el día de su retorno.

Dios había llamado a su pueblo a vivir una vida recta, pero ellos no lo estaban haciendo.  Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los suyos, Daniel había decidido ser diferente y ser fiel a Dios, y comenzó a orar para que Él no extendiera el plazo para el fin de su cautiverio.

Al orar Daniel se concentraba en la adoración y la confesión, reconociendo ante quien estaba, el Sublime, el “Dios grande y temible” (v.4), y también sabía quien era él exactamente, un pecador necesitado de perdón y misericordia divina (v.15).

  1. Tú también puedes seguir el modelo de oración de Daniel, adora y reconoce.
  2. ¡Nada tiene más altura en esta tierra, que un creyente de rodillas!

HG/MD

“Entonces volví mi rostro al Señor Dios, buscándolo en oración y ruego, con ayuno, cilicio y ceniza” (Daniel 9:3).