Lectura: Salmo 18:31-36
Es muy dulce cuando vemos a un niño aprendiendo a caminar. Lo normal es que los niños necesiten un poco de nuestra ayuda para caminar; por ejemplo, que se aferren a nuestros dedos para conseguir mantener el balance.
Por supuesto, debido a la naturaleza humana tienen miedo de caerse, por eso muchas veces es necesario sostenerlos y cuidarlos. El resultado de todo este proceso es una alegría conjunta, la del bebé porque puede hacer algo totalmente nuevo, pudiendo explorar el mundo que lo rodea; y la de los padres o cuidadores al verlos empezar esta hermosa etapa de su vida. No obstante, a veces los niños también lloran porque no los dejamos ir a lugares peligrosos, ellos no se dan cuenta de que realmente los estamos protegiendo.
Tal como los bebés, nosotros también solemos necesitar a alguien que nos vigile, guíe y sostenga en nuestro andar espiritual. La buena noticia es que tenemos a ese Alguien: Dios, nuestro Padre. Él nos enseña a caminar, guía nuestros pasos, nos sostiene de la mano y nos mantiene en el sendero correcto.
El rey David sabía perfectamente que necesitaba el cuidado de Dios. En el Salmo 18, describe la forma en la cual el Señor nos guía y fortalece cuando estamos perdidos y confundidos (Salmo 18:32); mantiene firmes nuestros pies, como los de un ciervo que trepa a lugares altos sin resbalarse (Salmo 18:33); y, si resbalamos, su mano está allí para sostenernos (Salmo 18:35).
- Sin importar que seamos creyentes nuevos y todavía estemos aprendiendo a caminar en la fe, o que ya llevemos mucho tiempo en nuestro andar con Dios, todos necesitamos que Su mano nos guíe y nos mantenga firmes.
- Te agradecemos Señor por sostenernos aun en los momentos más complicados de nuestra vida.
HG/MD
“Porque, ¿quién es Dios fuera del Señor? ¿Quién es Roca aparte de nuestro Dios?” (Salmo 18:31).
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