Lectura: Romanos 8:26-34

Es muy simpático ver a los niños y niñas practicando un deporte en equipo ya sea: baseball, basquetbol o fútbol por mencionar algunos. Por ejemplo, en los equipos infantiles de fútbol, cada semana los pequeñines llegan emocionados a su entrenamiento; algunos entrenadores utilizan su creatividad para las prácticas y ejercicios de destreza, utilizando para ello conos anaranjados de señalización, llantas viejas de automóviles, tiras de colores, etc. Luego del entrenamiento y las tácticas básicas, llega el esperado juego donde los infantes descargan su energía corriendo, saltando, cabeceando, todos tras la pelota.

Un día me detuve para ver un partido infantil, el juego estaba muy entretenido y en un momento dado el árbitro pitó una falta de penal.  Muchos de los niños deseaban tirar el penal para probarles sus habilidades tanto al entrenador como a los padres.  El problema apareció cuando el niño quien pateó con todas sus fuerzas la pelota, la envió desviada por encima del marco.  El pequeño parecía muy molesto consigo mismo y en ese momento su entrenador le grito: “¡Buen fallo, Juan!”.  Ciertamente el niño había fallado; sin embargo, bajo la óptica del entrenador este fallo no había sido tan malo.

Esto nos debe hacer pensar en los errores que cometemos como creyentes; si bien es cierto Dios no ha dicho que nuestros errores sean buenos, en la mayoría de los casos Él no considera que sean condenatorios siempre y cuando reconozcamos nuestras equivocaciones y necesidad de su perdón.  La razón de ello es debido a su gracia, capaz de convertir una derrota en una lección que nos permite corregir los errores y realizar mejoras en nuestra forma de vivir.  Una de las promesas más maravillosas que encontramos en Romanos es la siguiente: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que lo aman…” (Romanos 8:28); ¡que promesa tan alentadora!

  1. Todos hemos cometido errores, pero lo importante es recocerlos y pedir al Señor que nos perdone y nos enseñe sabiduría y dominio propio para no volver a caer. Pídele a Dios que te ayude a superar tus debilidades, deja que Él saque algo bueno de tus equivocaciones.
  2. El fracaso puede ser un nuevo comienzo si en verdad has confiado en Dios y le permites tomar el control de tu vida.

HG/MD

“Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que lo aman; esto es, a los que son llamados conforme a su propósito” (Romanos 8:28).