Lectura: Juan 4:1-30

En su momento la NASA invirtió ochocientos millones de dólares en una misión, quizás estés pensando que fue en una misión para regresar a la Luna, para descubrir nuevas galaxias o para averiguar más con respecto a nuestro hermoso Sol.

Pero no, esa cantidad fue destinada para una sencilla misión, enviar a Marte, uno de nuestros planetas vecinos, dos robots, uno llamado “Oportunidad” y el otro “Espíritu”, su objetivo: verificar si alguna vez hubo agua en la superficie o si en estos momentos hay algún residuo de agua en el planeta.

Y es que el agua está ligada a la vida, y es por ello que cuando dos personas, una mujer que vivía en las cercanías y un hombre de Galilea, se encontraron en un pequeño pozo de agua en un poblado llamado Sicar en tierras de Samaria, el resultado fue un asunto de vida o muerte.

También este pozo tenía su propia historia. Se encontraba cerca de un terreno que Jacob le había dado a su hijo José y a sus descendientes. Aquí, en el pozo de Jacob, Jesús encontró el agua que estaba buscando, y la mujer encontró el agua que no sabía que necesitaba.

El agua es esencial para que exista la vida, tanto física como espiritual. Jesús le tenía una sorpresa a la mujer junto al pozo. Le ofreció lo que llamó el Agua de Vida. Se ofreció a sí mismo como esa agua, la fuente refrescante y renovadora de la vida eterna.

  1. ¿Conoces a alguien que esté buscando agua? ¿Conoces a personas que estén espiritualmente sedientas, o peor aún, espiritualmente muertas? Preséntales el Agua de Vida, a Jesús mismo.
  2. No tienes que salir del planeta en búsqueda de agua, tan sólo pide a Dios y Él te dará agua que da vida.

HG/MD

“Respondió Jesús y le dijo: Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed. Pero cualquiera que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” (Juan 4:13-14).