Lectura: Mateo 2:1-12

El abucheo y los vítores forman parte normal de la vida de las estrellas deportivas y más si dentro de su carrera deportiva pasan de un club a otro; posiblemente los de su nuevo equipo le aplaudan cada una de sus jugadas, pero los aficionados del equipo al cual dejó, cada vez que puedan lo van a abuchear.

De cierta manera esto me recuerda las respuestas que recibió Jesús cuando llegó a este mundo.  En la lectura devocional de hoy se encuentran al menos tres reacciones ante su encarnación:

  • Algunos respondieron con temor, tal es el caso del rey Herodes quien se había hecho del trono por medio de engaños y del asesinato. Tenía miedo de que un rey legítimo ocupara su lugar, es por ello que fingió su interés de adorar, cuando lo que tenía era un deseo muy oscuro de deshacerse de Jesús (Mateo 2:7-8).
  • La segunda forma en que algunos respondieron fue con indiferencia.  En esta categoría se encuentran los principales sacerdotes y escribas, quienes tenían un conocimiento meramente intelectual de las Escrituras, pero en la práctica eran personas sin ningún interés en que la Escritura transformara sus vidas, por lo tanto, no vieron la estrella en lo alto, ni adoraron a Jesús (vv.4-6).
  • Y la tercera respuesta fue el gozo.  A pesar de que los sabios de oriente tenían un conocimiento limitado del Señor, estuvieron dispuestos a viajar mucha distancia con tal de adorar a Jesús, y al encontrarlo su gozo fue espontáneo, se inclinaron ante su verdadero Rey (v.11).

Cada día que tienes es un regalo misericordioso de Dios. ¿Qué harás con él? ¿Enojarte y quejarte todo el día por cosas que en realidad no tienen importancia eterna; o en cambio le dirás a Dios: ¡Gracias por este día!, sin importar las circunstancias estoy agradecido por un nuevo día de vida y lo voy a enfrentar con gozo por el regalo inmerecido que me has dado?

  1. Hoy es un día para vivir plenamente satisfecho porque tienes a Dios de tu lado.
  2. No le hagas caso a los abucheos de quienes no tienen el gozo eterno de Dios en sus vidas.

HG/MD

“Cuando entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y, postrándose ante él, lo adoraron. Luego, abrieron sus tesoros y le ofrecieron oro, incienso y mirra.” (Mateo 2:11).