Lectura: Romanos 5:1-5

Ernest Gordon (1916–2002) escribió uno de los libros clásicos referentes a la Segunda Guerra Mundial, nos referimos al libro El Puente sobre el Río Kwai, en él narra su experiencia como prisionero de guerra.  Durante su cautiverio se enfermó con toda la variedad de enfermedades que podamos imaginar, debido a las condiciones infrahumanas que existían en estos campos, padeció de malaria, difteria, fiebre tifoidea, beriberi y disentería, y para terminar de complicar las cosas, lo obligaban a trabajar y la comida no era la mejor, este hombre de 1,90 metros llegó a pesar 45 kilos.

En su desesperación, estando enfermo, pidió que lo trasladaran a un lugar más limpio y lo que consiguió fue que lo trasladaran a una morgue, ahí sin esperanza, tan sólo le esperaba la muerte. 

No obstante, hasta ahí llegó la gracia de Dios, un compañero quien estaba un poco mejor, lo empezó a animar, le curaba las heridas y le insistía que comiera un poco de sus raciones, mientras hacía esto le compartía su fe en Dios, le ejemplificaba con su vida que aun en medio de toda aquella miseria, había espacio para la esperanza.

Eso es lo que encontramos cuando leemos las Sagradas Escrituras, y no nos referimos a un simple optimismo vacío y débil, sino a una firme seguridad de que Dios cumplirá lo que prometió.  Las pruebas producen en nosotros constancia, fortaleza y finalmente esperanza (Romanos 5:3-4).

  1. En esa experiencia tan brutal, Ernest comprendió que la fe aumenta cuando la única esperanza que queda es Dios. (Romanos 8:24-25).
  2. A quién podemos acudir sino a Dios, sólo Él tiene palabras de vida.

HG/MD

“Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68).