Lectura: Mateo 8:23-34

Lucas, es el hijo de 5 años de una familia muy querida, el pequeño es como cualquier otro, pero, desde hace algunos días su mamá ha descubierto que a Lucas no le gusta el momento de irse a dormir.

Un día ella le preguntó qué pasaba, entonces él le dijo: “es que debajo de mi cama hay un dragón y creo que me quiere comer, por eso no quiero que me dejen solo”.  Por supuesto, su mamá y su papá de inmediato le mostraron lo que había debajo de su cama, se trataba de un montón de medias sobre un camión de juguete, que, si se tenía la suficiente imaginación, se asemejaba a un dragón.  Luego de explicárselo y verlo, Lucas pudo dormir tranquilo.

Y es que el poder inmovilizador del miedo no es sólo una experiencia de la niñez. El temor impide que perdonemos, que defendamos nuestras convicciones en el trabajo, que demos de nuestros recursos para la obra de Dios o que digamos que no cuando todos nuestros amigos dicen que sí. Sin ayuda, estamos a merced de muchísimos dragones enfurecidos.

En nuestra lectura devocional los discípulos estaban en un bote sacudido por la tormenta; me llama la atención que Jesús es el único que no tiene miedo. No tuvo temor de la tormenta, o de un endemoniado junto a una tumba ni de la legión de demonios que lo poseían (Mateo 8:23-24).

Cuando tenemos miedo debemos oír la pregunta de Jesús: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?” (v. 26), y recordar que Él nunca nos dejará ni nos abandonará (Hebreos 13:5-6). No hay dragón al que no pueda vencer; por lo tanto, no tenemos nada por qué temer.

  1. Así que, la próxima vez que tus temores te asalten, recuerda que puedes descansar en Jesús, quien es más fuerte que el más grande y furioso de los dragones.
  2. El miedo siempre nos acompañará en esta vida, pero para vencerlo debemos recordar en Quien hemos confiado, en el Señor Todopoderoso.

HG/MD

“Y él les dijo: ¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe? Entonces se levantó y reprendió a los vientos y al mar, y se hizo grande bonanza” (Mateo 8:26).