Lectura: Hebreos 10:19-25
Los vecinos estaban muy preocupados debido a la decisión de la ciudad de ubicar semáforos en la ruta principal. Habían notado que muchos automovilistas habían empezado a utilizar la pequeña calle rural donde vivían, justamente para evitar la ruta principal y los semáforos; esto estaba provocando un desgaste acelerado del pavimento y provocaba peligro para los niños que acostumbraban a jugar cerca de la calle.
Debido a esta situación interpusieron una queja ante el ayuntamiento, y algunas semanas después llegaron obreros para reparar el pavimento y colocaron unas barreras con carteles que decían: “Se prohíbe el paso”. Al ver los carteles algunos vecinos se preocuparon pues pensaban que ahora su problemática había empeorado, ya que tampoco ellos podrían circular. Sin embargo, sólo debían terminar de leer el rótulo que decía: “Se prohíbe el paso. Acceso sólo para uso de residentes”. Entonces, se tranquilizaron pues no había desvíos ni barreras para ellos, tenían derecho a entrar y salir cuando quisieran.
En el Antiguo Testamento, el acceso a Dios en el tabernáculo y en el templo estaba muy restringido. Solamente el sumo sacerdote podía atravesar el velo y entrar a ofrecer sacrificios en el Lugar Santísimo. Además, podía ingresar una sola vez al año (Levítico 16:2-20; Hebreos 9:25-26).
No obstante, todo eso cambió en el momento en que Jesús murió, el velo del templo se rasgó de arriba hacia abajo mostrando que la barrera que separaba al ser humano de Dios había sido destruida para siempre (Marcos 15:38).
El sacrificio de Cristo por nuestros pecados permite que todos los que le aman puedan entrar a su presencia en cualquier momento. Él nos ha otorgado el derecho de admisión.
- Gracias Señor Jesús por Tu sacrificio perfecto.
- ¡Ya no hay barrera! Hoy puedes entrar y estar en la presencia del Señor con total libertad.
HG/MD
“Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia para que alcancemos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).





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