Lectura: 1 Tesalonicenses 4:9-12
Un día le preguntaron a un creyente anciano cómo se sentía, él sin ninguna duda respondió: “A mis 70 años, mi vida avanza tranquilamente con hábitos muy arraigados”. Cuando veo a mis amigos y vecinos, me doy cuenta que la mayoría de ellos también tienen rutinas básicas que continúan día a día; en su monotonía continúan con sus trabajos, crían a sus familias y asisten a sus iglesias. En sus vidas no hay nada emocionante o fuera de la normalidad.
El estadista Bernard Mannes Baruch (1870 – 1965), a sus 94 años dijo lo siguiente con respecto a la vida: “El hombre que hace su trabajo todos los días. La madre que tiene hijos y se levanta para darles desayuno, mantenerlos aseados y mandarlos a la escuela. El hombre que mantiene limpias las calles…los soldados desconocidos…”
El apóstol Pablo también recalcó la importancia de la fidelidad en la vida diaria. Animó a sus hermanos en la fe para que se establecieran, llevaran una vida tranquila y proveyeran para sus familias (1 Tesalonicenses 4:11; 1 Timoteo 5:8).
1. Si bien es cierto la mayoría de nosotros somos creyentes ordinarios viviendo vidas rutinarias, esto no tiene que seguir siendo así, también debe haber lugar para lo extraordinario, pues hemos puesto nuestra fe en un Dios extraordinario, Él desea que diariamente seamos discípulos fieles y fructíferos.
2. El mundo premia el éxito temporal, pero Dios corona la fidelidad.
HG/MD
“Y aprendan los nuestros a dedicarse a las buenas obras para los casos de necesidad, con el fin de que no sean sin fruto” (Tito 3:14).