Lectura: Colosenses 1:19-29

Tristemente la paz que disfrutaban Adán y Eva se perdió en el momento en que tomaron el fruto prohibido, inmediatamente después del primer bocado se dieron cuenta de su condición, estaban desnudos en todo sentido, tanto del cuerpo como del espíritu, y empezaron a culparse mutuamente por aquella infeliz decisión (Génesis 3:12-13); introdujeron los conflictos en el que hasta ese momento era un mundo pacífico.

Por desgracia sus descendientes hemos seguido su mal ejemplo, nos cuesta aceptar nuestros errores, destruimos muchas veces lo que otros han edificado y no podemos hacer las paces porque estamos muy ocupados echándoles la culpa a otros.

Pero no tiene porque ser así, la Navidad es un tiempo en el que debe haber paz, el profeta Isaías nos brindó una profecía de que en el algún momento de la historia entraría a nuestras vidas el “Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).  Y ese momento llegó cuando en la ciudad de David, Belén, nació Jesús, quien años después detendría el ciclo del pecado y la culpa, al hacer la paz entre Dios y el ser humano, “mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20).

En lugar de culparnos por todos los problemas que causamos, Él cargó sobre sí la culpa por nosotros. Ahora sigue reclutando seguidores que luego de haber recibido su perdón, quieran que otros también lo reciban.

Cuando aceptamos el perdón de Dios, ya no deseamos impedir que ese mismo perdón también alcance a otros. Y cuando vivimos en paz con el Señor, ansiamos hacer las paces con los demás. En esta Navidad, podemos dar y recibir el regalo de la paz.

  1. Gracias Señor por tu paz.
  2. Propongámonos brindar a otros el perdón que un día nosotros también recibimos.

HG/MD

“A ustedes también, aunque en otro tiempo estaban apartados y eran enemigos por tener la mente ocupada en las malas obras, ahora los ha reconciliado” (Colosenses 1:21).