Lectura: 1 Tesalonicenses 2:13-20
A un misionero, una vez se le preguntó sobre su salario. El investigador sabía que no podría ser mucho, y quería saber por qué alguien se daría tan generosamente a sí mismo, para ayudar a personas totalmente desconocidas, y que en la mayoría de los casos, desprecian con sus actitudes la labor del misionero.
El misionero sacó una carta y le leyó estas palabras: “Si no fuera por ti, yo no conocería a Jesús Cristo como mi Salvador. Todas las mañanas me arrodillo en oración, dándole gracias a Dios por todo lo que Él ha hecho por mí.”
“¡Ese es mi sueldo!” Exclamó el servidor dedicado al Señor.
El apóstol Pablo debió haber tenido algo parecido en mente cuando escribió a los creyentes de Tesalónica. Dirigiéndose a los que había traído al Salvador, diciendo: «¿qué es lo que nos da esperanza y alegría?, ¿y cuál será nuestra orgullosa recompensa y corona al estar delante del Señor Jesús cuando él regrese? ¡Son ustedes!” (1 Tes. 2:19 – NTV).
En nuestros días, en los cuales hay tanto énfasis en la adquisición de bienes materiales, lo refrescante es escuchar a los creyentes cuya mayor recompensa es ver gente que acepta a Cristo y crece en madurez espiritual.
1 ¿Usted está haciendo de su vida una práctica constante el compartir el Evangelio con los demás? Si es así, usted será recompensado con la mejor paga de todas. Usted disfrutará de una satisfacción emocionante aquí en la tierra, y podrá esperar una mayor recompensa en el cielo. Si realmente lo que hace es de corazón y para el Señor. Dios no paga, lo que otros pagan (bienes que se pierden y se destruyen).
«No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.» – Mateo 6:19-21 (NVI)
2. Trabajar para el Señor, asegura un plan de jubilación que no es de este mundo y un salario sin dinero.
NPD/RHD