Lectura: Filipenses 2:5-11

Era la primera vez que las dos primas se iban a ver, tanto Andrea como Sofía estaban ansiosas por encontrarse durante aquellas vacaciones, se habían visto en algunas ocasiones por video llamadas, pero ahora por fin se verían en persona.

El día llegó y ambas primas saltaron, corrieron, jugaron, comieron, durmieron una al lado de la otra; fueron días extraordinarios para ambas niñas.  Luego de su partida, como siempre lo hacían, las mamás estuvieron llamándose y ambas indicaron que, durante algunos días después de haber regresado, tanto Andrea como Sofía caminaban por sus casas repitiendo alegremente: “¡Andrea!” y en la otra casa “¡Sofía!”, mientras sus caras se llenaban de una espléndida sonrisa.

Esto nos debe hacer pensar en otro nombre: Jesús, el “nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:9).  Qué nombre tan sencillo, pero a la vez tan poderoso. Él es tanto “Maestro” como “Salvador”. Es verdad, ¡qué profundidad de significado tienen los nombres que describen a nuestro Señor!

Cuando les mencionemos el gran nombre de Jesús a quienes lo necesitan como Salvador, podemos recordarles lo que hizo por nosotros, y cuando necesitemos una referencia de Maestro Él es el ejemplo perfecto. Jesús es nuestro Maestro, Señor, Salvador y muchas cosas más. Pero lo más trascendental es que nos ha redimido mediante su sangre, y podemos entregar nuestra vida a Él de todo corazón.

  1. Jesús ¡Qué todo el cielo y la Tierra, incluidos nosotros, proclamemos tu glorioso nombre!
  2. Jesús ¡Cuán dulces resuenan esas 5 letras en nuestro corazón, te amamos Señor!

HG/MD

“Por lo cual, también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:9).