Lectura: Jeremías 4:1-19

Un vecino sembró un árbol en su jardín el cual no era tan grande y, sin embargo, el pequeño árbol se veía muy bien, lo habían tratado para que se viera como si lo hubieran entretejido, así que por algunos años el hombre estuvo muy feliz con su lindo árbol.

No obstante, transcurrieron los años, y el que fue una vez un pequeño árbol, creció y creció. Él no hizo nada pensando que no crecería más, pero se equivocó, ya que con el tiempo todo el césped del jardín se secó; las raíces también hicieron estragos al destruir las aceras de su casa, y adicionalmente, gracias a una tormenta, una de las ramas provocó grandes daños en el techo de su casa.  Hasta ese momento comprendió que debía cortar el árbol; una labor sin dudas más sencilla si hubiera tomado la decisión antes de que aquel monstruoso árbol casi destruyera su casa.

Algo muy similar sucede con el pecado.  Al principio parece lindo e inofensivo, incluso bueno, pero conforme va creciendo los problemas empiezan a presentarse y si lo dejamos continuar impedirá la entrada de la luz y destruirá nuestra vida.

Israel aprendió esa lección por las malas.  En nuestra lectura devocional leímos que el pecado puede iniciar con una apariencia manejable y segura, hasta que los problemas empiezan a complicarse, aparece el sufrimiento y el dolor, y finalmente el arrepentimiento por las malas decisiones (Jeremías 4:7,18).  Fue tan crítica la situación Israel, que el profeta Jeremías clamó a Dios por su pueblo de la siguiente forma: “¡Ay, mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las paredes de mi corazón. Se conmociona mi corazón dentro de mí…” (Jeremías 4:19).

  1. Debes ver al pecado como lo que es: un hecho terrible que busca introducirse en tu vida con el objetivo de destruirte (Santiago 1:15).  Ora, detecta y destruye el pecado que ahora mismo intenta introducirse en tu vida, no esperes que crezca.
  2. El pecado siempre crece.  “…Pero en cuanto se agrandó el pecado sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20); nunca lo dudes, el Señor te ayudará a librarte del pecado.

HG/MD

“Porque la paga del pecado es muerte; pero el don de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:23).