Lectura: 1 Corintios 14:6-12, 26
Mientras asistíamos a un paseo de nuestra congregación en un lugar rodeado de naturaleza y jardines esplendorosos, aproveché la oportunidad para saludar y hablar con personas con quienes durante los servicios normales no logro conversar.
Algunos eran personas que conocía desde hacía años, y traté de ponerme al día con los detalles de sus vidas, mientras también nosotros les contábamos parte de nuestras historias y planes para el futuro; todos disfrutamos de aquel hermoso entorno que era cuidado por personas con conocimiento y amor por las plantas. Luego de pensarlo por un momento me di cuenta de que aquella situación se asemejaba un poco a cómo debe funcionar la iglesia: un pequeño remanso de tranquilidad que presenta algunas similitudes con el cielo, pero en la Tierra.
Y es que un jardín es el lugar donde cada planta se coloca para crecer. Los jardineros preparan el suelo, protegen las plantas de las plagas y se aseguran de que reciban nutrientes, agua y luz solar. El resultado es un sitio hermoso, colorido y fragante, donde la gente disfruta.
Del mismo modo, la iglesia debe ser un lugar donde todos deben trabajar juntos en amor para la gloria de Dios y el bien común, en donde cada uno florezca al vivir en un entorno seguro y también pueda suplir las necesidades de los demás (1 Corintios 14:26). Tal como las plantas que están bien cuidadas, las personas que crecen en un medio saludable tienen un aroma agradable que atrae a otros hacia Dios, ya que exhiben la belleza del amor divino.
- La iglesia perfecta no existe, pero es al menos el lugar más cercano donde podemos experimentar un anticipo del cielo en nuestro mundo.
- ¿Cómo puedes ayudar a mejorar la salud de la iglesia? Pídele al Señor que te ayude a servir a otros como lo hizo Cristo.
HG/MD
“Y anden en amor, como Cristo también nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio en olor fragante a Dios” (Efesios 5:2).
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