Lectura: 1 Corintios 9:24-27
Hace algún tiempo vi una entrevista que le hicieron a una mujer quien durante su vida ha llevado su cuerpo y mente al límite. Era de un país pequeño, pero gracias a su tenacidad y disciplina diaria, había logrado escalar las montañas más altas del mundo incluido el Everest, con lo cual en sus viajes había enfrentado muchas veces la muerte.
En la entrevista contaba que no había sido sencillo, pues también estaba criando a un pequeño a quien había adoptado en uno de sus viajes; literalmente a este niño lo iban a dejar morir porque tenía necesidades especiales. Ahora ella ya está retirada, pero demuestra el mismo valor y fe que tuvo al escalar montañas; está enfocada en su maternidad y en ser ejemplo para otros.
En la primera carta a los corintios, el apóstol Pablo también nos habla de alguien que está compitiendo en una carrera. Luego de exhortar a una iglesia obsesionada con sus derechos, los desafió a considerar a los demás como superiores a ellos mismos (1 Corintios 8); explica cómo los desafíos del amor y el sacrificio personal se parecen a una maratón de resistencia (1 Corintios 9). Como seguidores de Jesús, debemos renunciar a nuestros derechos en obediencia a Él.
De la misma manera que los atletas entrenan sus cuerpos para obtener una medalla en una competencia, así también nosotros capacitamos nuestro cuerpo y mente para brillar para Jesús.
Cuando le pedimos al Espíritu Santo que nos transforme momento a momento, dejamos atrás nuestra antigua forma de ser. Con el poder de Dios, evitamos las palabras crueles, dejamos de lado lo que nos distrae y les prestamos atención a nuestros amigos quienes necesitan ver el ejemplo de una persona que sigue a Jesús. No sentimos la necesidad de tener la última palabra y sobre todo estamos dispuestos a ser moldeados de la manera que el Señor quiera.
- Mientras estemos en este mundo debemos entrenar diariamente para correr la carrera de la fe junto a nuestro Señor.
- Señor, no quiero exigir mis derechos, quiero hacer tu voluntad.
HG/MD
“Más bien, pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer; no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo venga a ser descalificado” (1 Corintios 9:27).
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