Lectura: Romano 1:8-17
En la película de cine bélico de 1998 del director Steven Spielberg: “Salvando al Soldado Ryan”, la cual, por lo que algunos dicen, fue basada en la historia de la familia de Frederick «Fritz» Niland, se presenta la cruda y a la vez dramática historia, del rescate de un hombre en medio de la Segunda Guerra Mundial. Un grupo de soldados comandado por el capitán John H. Miller, interpretado por Tom Hanks, es enviado a rescatar al soldado James Francis Ryan, quien de cuatro hermanos de la familia Ryan, es el único aún vivo, ya que los otros han muerto en combate. El objetivo de la misión es que su madre al menos tenga una buena noticia con el regreso de su hijo, antes de que lleguen los tres telegramas de pésame.
Durante la misión, uno a uno, los miembros del equipo de rescate van muriendo, sacrificando sus vidas en la búsqueda de este hombre. Finalmente, encuentran al soldado Ryan, quien al saber sobre la muerte de sus hermanos y las personas que han sacrificado su vida por él, no quiere dejar el frente de batalla; no obstante, en un encuentro final con los alemanes, el capitán Miller es herido, y ya próximo a morir, le dice a Ryan que se acerque y le dice: “Hazte, merecedor de esto”. El soldado le debía su vida a aquellos hombres que habían sacrificado las suyas con tal de salvarlo.
El apóstol Pablo también se sentía en deuda, pero con Jesús, ya que se había sacrificado a si mismo con tal de salvarlo y librarlo de la muerte eterna (Filipenses 3:7-14). Sin embargo, esta no era la única deuda que tenía y lo expresó de la siguiente forma: “Tanto a griegos como a bárbaros, tanto a sabios como a ignorantes soy deudor” (Romanos 1:14). Pero, ¿por qué Pablo se sentía en deuda con griegos y bárbaros, sabios e ignorantes? El sacrificio de Jesús por él fue tan grande e inmerecido, que se sentía con la deuda de compartir el amor de Dios con todos a quienes pudiera llevarles el mensaje de salvación. Su sentido de deuda para con Cristo, lo hizo también ser deudor para con todos aquellos que necesitaban de un Salvador.
- Sin duda que no podemos ganar el regalo del amor de Dios, pero sí podemos compartirlo con aquellos que lo necesitan.
- Nunca será suficiente cualquier esfuerzo y sacrificio que hagamos por Jesús, ya que Él sacrificó todo por nosotros.
HG/MD
“Porque no me avergüenzo del evangelio pues es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primero y también al griego” (Romano 1:16).