Lectura: Filipenses 2:1-11

El misionero Doug Nichols era un paciente en una sala de la tuberculosis en la India en 1967. Los pacientes y el personal lo veían como un rico americano ocupando espacio en su hospital. Su hostilidad era evidente, ya que se negaron a aceptar los tratados evangelisteros que les ofrecía.

Una mañana a las 2 de la madrugada, un hombre indio muy enfermo luchaba por levantarse de la cama para ir al baño, pero estaba demasiado débil para hacerlo. Pronto el hedor de su cama llenó la habitación. Otros pacientes le gritaban. Las enfermeras mostraron su enfado por tener que limpiar ese desorden. Una hasta lo abofeteó.

La noche siguiente, el anciano volvió a intentar levantarse, pero volvió a caer hacia atrás. Él se echó a llorar.  Doug, aun estando en la misma condición de debilidad, se le acercó, lo tomó y lo llevó al baño y lo regresó a su cama.

Esto produjo un cambio en esa sala de hospital! Un paciente le dio Doug una humeante taza de té de la India, haciendo señas de que quería un tratado. Las enfermeras, internos y médicos pidieron folletos y evangelios de Juan. Y varios finalmente recibieron a Cristo.

¿Qué había cambiado su actitud? Doug había ejemplificado lo que el Salvador hubiera hecho: “se despojó a sí mismo», y tomó «forma de siervo» y «se humilló a sí mismo» (Fil. 2:7-8).

1. Estamos llamados a hacer lo mismo. A veces el amar es desagradable, pero esta es la forma en la que más fuerte habla, sin palabras, sólo hechos.

2. El amor sin acción, no es amor.

NPD/DDH