2 Timoteo 2:1-10
En su libro de memorias, La escafandra y la mariposa, Jean-Dominique Bauby describe su vida después de un ataque cerebral masivo que lo dejó con una dolencia llamada «síndrome de cautiverio». Aunque paralizado casi por completo, pudo escribir su libro parpadeando el ojo izquierdo. Una ayudante recitaba un alfabeto codificado hasta que él parpadeaba al elegir la letra que quería dictar. El libro requirió unos 200.000 parpadeos para escribirlo. Bauby utilizó la única capacidad física que le quedaba para comunicarse con los demás.
En 2 Timoteo, leemos que Pablo experimentó un tipo diferente de «síndrome de cautiverio». Estando bajo arresto domiciliario, se enteró de que su ejecución era inminente. Con esto en mente, le dijo a Timoteo: «Sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas la palabra de Dios no está presa» (2 Timoteo 2:9). A pesar de su aislamiento, recibía visitas, escribía cartas de estímulo y se regocijaba de que la Palabra de Dios se extendiera.
Es probable que las circunstancias hayan hecho que algunos de nosotros estemos aislados de los demás. Yacer en la cama de un hospital, cumplir una sentencia en prisión o estar postrados en casa puede hacernos sentir que padecemos nuestro propio «síndrome de cautiverio espiritual». Si esto es una realidad en tu vida:
1. ¿Por qué no reflexionas, en oración, para descubrir cómo alcanzar a otros, aun en esa condición?
2. ¡Ya oraste ayer por las personas en Argentina, que sufren el «Síndrome de Cautiverio Espiritual» y hoy por nuestros semejantes de Venezuela?