Lectura: Hechos 11:22-26

Al pensar en buenas cualidades que una persona debe tener, salta a mi mente la capacidad de alentar en silencio, sin ser visto.  Por ejemplo, me contó una mamá de la iglesia quien había atravesado por problemas de salud, que al llegar a su casa se encontró con algunas mujeres de la iglesia y sus esposos; ellos se habían puesto de acuerdo con el esposo e hijos para realizar oficios de la casa y preparar comidas que estuvieran listas en el refrigerador para el resto de la semana, y que de esta forma ella pudiera descansar y recuperarse de su dolencia.

En otra ocasión, hubo una familia que le escribió notas de agradecimiento al personal del centro médico infantil que había atendido a su pequeño durante el tratamiento de cáncer.

Es por esto que a menudo, aquellas personas que han atravesado los mayores sufrimientos, tanto físicos como emocionales, son las que más ánimo brindan a los demás.

En la lectura del libro de los Hechos, leemos acerca de Bernabé, a quien se le conocía como “hijo de consolación” (4:36). Además, se decía que “era un hombre bueno y estaba lleno del Espíritu Santo y de fe” (11:24), y animaba a los demás para que “con corazón firme permaneciesen en el Señor” (v. 23). Probablemente, el constante estímulo de sus acciones tuvo una amplia y poderosa esfera de influencia.

  1. De la misma forma en la cual muchos de nosotros hemos sido bendecidos cuando recibimos aliento en una situación difícil, seamos “personas de consuelo” para quienes nos rodean.
  2. Ser de bendición para otros es sencillo, tan sólo requiere disposición para ser usado por Dios en su servicio.

HG/MD

“Y todo lo que hagan, háganlo de buen ánimo como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3:23).