Lectura: Filipenses 2:1-4

En una reunión de jóvenes, esa tarde estudiaron el siguiente texto: “No hagan nada por rivalidad ni por vanagloria, sino estimen humildemente a los demás como superiores a ustedes mismos; no considerando cada cual solamente los intereses propios sino considerando cada uno también los intereses de los demás” (Filipenses 2:3-4).  Durante la lección, algunos jóvenes hicieron preguntas como las siguientes: “¿Cuán frecuentemente nos interesamos por los demás? ¿Cómo saber si estamos actuando humildemente? ¿Cómo podemos evitar la soberbia?”

Esas preguntas sinceras nos deben animar, ya que la mayoría de nosotros sabe cuál es la respuesta correcta, pero verdaderamente, ¿Cuántos vivimos conforme a esa verdad? Es muy difícil cambiar o incluso querer cambiar.

La intención de quitar el foco de atención sobre nosotros para querer servir a otros, es algo muy difícil, y en la mayoría de las ocasiones sólo es posible con la ayuda del Espíritu Santo.

Debido a ello, el apóstol Pablo le recordó a la iglesia de Filipos que debían reflexionar en todo lo que Dios había hecho; los había adoptado, consolado con su amor y dado al Espíritu Santo (Filipenses 2:1-2).  Al pensar en todo ello, debemos responder con humildad ante todo lo que Dios nos ha provisto.

Dios es la razón más poderosa para cambiar y sólo Él puede cambiar nuestras vidas.  Cuando esto pasa, produce en nosotros “el querer como el hacer para cumplir su buena voluntad”; al apegarse a su voluntad empezamos a servir con humildad a nuestros semejantes.

  1. La humildad de Dios debe inspirarnos a vivir una vida de servicio.
  2. Gracias Señor por tu amor que sobrepasa todo entendimiento.

HG/MD

“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7).