Lectura: Juan 10:1-10
Unos vecinos cercanos le dieron una efusiva bienvenida a su casa a la nueva mascota, se trata de un gatito de sólo tres meses de edad al cual llamaron: Tiger.
Para mantener a salvo a Tiger, tuvieron que cambiar algunas de sus costumbres y asegurar o quitar algunos de los adornos, y por supuesto no dejar las puertas abiertas.
No obstante, tienen un problema: la escalera. Por instinto a los gatos les gusta subir, incluso cuando son pequeños saben que el mundo se ve mejor desde arriba. Así que, cuando Tiger está en la planta baja, quiere subir. Intentar hacer que no suba y mantenerlo en un espacio seguro, ha puesto a prueba su ingenio debido a que las puertas que funcionan con los niños y los perros no funcionan con los gatos.
Este problema que enfrentan mis vecinos me hizo recordar la forma en la cual Jesús se refirió a sí mismo. Dijo: “yo soy la puerta de las ovejas” (Juan 10:7). En Medio Oriente, los corrales tenían una puerta para que las ovejas entraran y salieran. De noche, mientras los animales estaban seguros adentro, el pastor se acostaba delante de esa puerta para que ni las ovejas ni los depredadores pudieran pasar.
Eso es exactamente lo que hace Jesucristo por nosotros. Se coloca entre nosotros y nuestro enemigo, el diablo, para protegernos de los ataques del maligno.
- Aunque quisiéramos mantener protegidos a todos nuestros seres queridos, no podemos transformarnos en una puerta para protegerlos, ese trabajo ya lo tiene asignado Jesús.
- Gracias Señor por mantenernos seguros en tu mano y velar por nuestro bien.
HG/MD
“Yo soy la puerta. Si alguien entra por mí será salvo; entrará, saldrá y hallará pastos” (Juan 10:9).
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