Lectura: Romanos 7:13-25

La esposa de un compañero de trabajo estaba bañándose en un río y se resbaló en una piedra con musgo, golpeándose la cabeza. Como consecuencia de este incidente sufrió un severo daño cerebral; los doctores no estaban seguros sí sobreviviría. Durante muchas semanas permaneció entre la vida y la muerte.

De repente una buena noticia llegó cuando un día de octubre abrió los ojos.  Luego de unos minutos, empezó a responder a órdenes verbales simples.  La esperanza crecía día a día pues ella mostraba mejoría, pero ¿hasta dónde progresaría?

Pasaron muchos meses complicados y duros de terapia, hubo días en los cuales parecía haber progreso, pero en otros era frustrante porque retrocedía, e incluso en algunos no había avances en lo absoluto.  Sin embargo, una mañana de abril, la enfermera que la acompañaba en su rehabilitación, le dijo al esposo: “¡Lidia volvió!, recuerda su nombre, a su familia y preguntó por usted Joaquín”.

El accidente que sufrió Lidia es muy similar a lo que muchos estudiosos de las escrituras llaman “la caída” de la humanidad (Génesis 3).  La lucha que tuvo que dar esta mujer, es muy similar a la lucha que los creyentes tenemos que enfrentar contra el pecado cada día, debido a que aun estamos en el camino del perfeccionamiento, procurando la santificación que Dios espera de nosotros (1 Pedro 1:16), buscando dejar atrás los malos hábitos de la carne (Romanos 13:14).

Lidia está hoy casi totalmente recuperada, pero cada día tiene que trabajar mucho si desea que los resultados continúen y no pierda lo avanzado.  Nosotros como creyentes también debemos trabajar cada día para fortalecernos en la fe, ocupándonos de nuestra salvación (Filipenses 2:12); no para ganarla, sino para parecernos cada día más y más a Jesús.

  1. Procuremos las mejores cosas, las cosas espirituales, recuerda que las demás son tan sólo pasajeras.
  2. Que nuestra vida y pensamiento deseen continuamente reflejar el carácter y prioridades de Jesús.

HG/MD

“De modo que, amados míos, así como han obedecido siempre —no solo cuando yo estaba presente sino mucho más ahora en mi ausencia—, ocúpense en su salvación con temor y temblor; porque Dios es el que produce en ustedes tanto el querer como el hacer para cumplir su buena voluntad.” (Filipenses 2:12-13).