Lectura: Jueces 16:6-20
Santiago siempre había estado orgulloso de su cabello negro y grueso, pero entonces un día se vio al espejo y empezó a ver algunas entradas en su frente que cada día crecían más y más, hasta que al final tan solo peinaba unos cuantos cabellos que decoraban su brillante cabeza. Una fría mañana de invierno, como siempre se levantó para iniciar el día, pero al volver su cabeza a su almohada miró con asombro y tristeza, que sus pocos cabellos yacían en la almohada. Saltó de su cama y salió corriendo hasta que encontró a su esposa y le dijo: “Lucía, Lucía, ¡estoy calvo!”.
Esta historia nos recuerda la de Sansón, quien “no sabía que el Señor ya se había apartado de él” (Jueces 16:20). Algo similar ocurre con los creyentes que se meten con las cosas que este mundo ofrece. Con cada día que caminan por los senderos del mal, el pecado los envuelve en sus garras y con esto se van alejando más y más del Señor, todo esto finalmente los llevará a constantes caídas sin darse cuenta de su verdadera condición, y estando en esa condición tan sólo por la misericordia de Dios, el Señor abrirá sus ojos para que puedan ver cómo el enemigo los ha despojado de su crecimiento espiritual.
Muchas veces los creyentes nos conformamos a este mundo y empezamos a aceptar actitudes pecaminosas en nuestras vidas y en las vidas de los que nos rodean, es por ello que siempre será bueno que revises bien tus pasos y lo que estás haciendo en tu relación con Dios.
1. Para evitar lo sucedido a Santiago, es importante que te examines espiritualmente, no sea que finalmente digas como él: “Estoy calvo”.
2. La mayoría de las veces, caer en pecado no es el resultado de un pecado, es la consecuencia de muchos pequeños pecados que van recorriendo tu camino, tal como lo advierte Cantares 2:15: “Atrápennos las zorras, las zorras pequeñas que echan a perder las viñas, pues nuestras viñas están en flor”.
HG/MD
“Pero Dios demuestra su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:8).