Lectura: 1 Reyes 19:1-12
Me encanta ver atardeceres en el mar. Algunos tienen tonalidades que ningún pincel podría reproducir, mientras que otros presentan destellos intensos de colores brillantes. Algunas veces, el sol se esconde delicadamente detrás del mar en calma; y otras, se pone en lo que parece ser una llameante explosión de agua y colores vibrantes.
Y es que tanto los atardeceres como las situaciones que nos ocurren, pueden mostrarnos a Dios trabajando de formas difíciles de entender. Cuando se trata de la obra del Señor en el mundo, prefiero ver respuestas maravillosas, contundentes y tangibles a la oración en lugar de provisiones simples, comunes y corrientes, como el pan cotidiano de cada día. No obstante, ambas son las obras divinas manifestándose en nuestras vidas.
Quizá Elías tenía preferencias similares. Había crecido en medio de demostraciones extraordinarias del poder de Dios. Cuando oró, el Señor apareció de una manera espectacular: primero, derrotando milagrosamente a los profetas de Baal; y a continuación, al final de una larga y devastadora hambruna (1 Reyes 18).
Posteriormente, Elías tuvo miedo y huyó. Entonces, Dios mandó a un ángel para que lo alimentara y fortaleciera durante el viaje. Después de 40 días llegó a Horeb, y allí el Señor se comunicó con él mediante una voz suave y apacible en lugar de hacerlo con milagros extraordinarios (1 Reyes 19:11-12).
- Si estás desanimado porque Dios no ha aparecido en un destello de gloria, puede ser que tal vez esté manifestándose mediante Su presencia silenciosa.
- Por experiencia, la presencia silenciosa de Dios nos hace descubrir sus atributos extraordinarios, ayudándonos a crecer por medio de las situaciones cotidianas.
HG/MD
“Después del terremoto hubo un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego hubo un sonido apacible y delicado” (1 Reyes 19:12).
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