Lectura: Salmos 42:1-11
Cuando una persona cercana a nuestras vidas muere de una forma inesperada o “injusta”, es natural sentir un dolor terrible en nuestro corazón y muchas veces ese dolor viene acompañado de dudas, y podemos reaccionar llevando esas dudas y hasta reproches a Dios, como por ejemplo:
“¡No te entiendo Señor! ¿Por qué permitiste que muriera?”
En esos momentos debemos detenernos y preguntarnos: “¿No lo has sabido? ¿No has oído que el Señor es el Dios eterno que creó los confines de la tierra? No se cansa ni se fatiga, y su entendimiento es insondable” (Isaías 40:28). “Porque mis pensamientos no son sus pensamientos ni sus caminos son mis caminos, dice el Señor” (Isaías 55:8).
Cuando nos pregúntanos si el Señor nos ha abandonado, debemos recordar sus palabras: “… ¡Dios se ha sentado sobre su santo trono!” (Salmos 47:8) y “…Se enseñorea con su poder para siempre” (Salmos 66:7).
En otras ocasiones podríamos preguntarnos: “Señor, sé que estás gobernando este mundo, pero ¿No te importa el dolor? ¿Te has olvidado de mostrarnos tu misericordia?
“Porque tú, oh Señor, eres bueno y perdonador, grande en misericordia para con los que te invocan” (Salmos 86:5).
- Si bien es cierto, algunas de las respuestas que nos ha dejado nuestro Señor puede que no sean satisfactorias para ti, o no te alejen completamente del sentimiento de dolor; puedes descansar en la verdad de que Dios es sabio, bueno y soberano.
- Las pérdidas dejan un vacío que tan sólo puede ser llenado con la presencia de nuestro Señor.
HG/MD
“¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera a Dios, porque aún le he de alabar. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!” (Salmos 42:11).