Mártires de la Fe
Preferiría estar en prisión
Gao Feng, China Continental, 1997
Siete guardias chinos rodearon a Gao Feng, quien estaba esposado a una silla. Los guardias se turnaban castigándolo con una vara que emitía descargas eléctricas. “¡Come! Y no lo haremos más”, le decían los guardias.
Feng había comenzado una huelga de hambre con el fin de que le devolvieran el ejemplar de las Escrituras que los guardias le habían quitado. Lo estaban torturando para que no continuara con la huelga de hambre. A veces él pensaba que no podía resistir el dolor, pero no se rindió. Nunca pudieron quebrantar su espíritu.
“No había manera de poder razonar con los guardias”, dijo Feng. “Porque no eran humanos”.
Gao Feng un obrero de 30 años de edad de la fábrica Chrysler Jeep de Beijing había intentado trabajar dentro del sistema del gobierno comunista, para obtener el reconocimiento legal de una iglesia evangélica. En China solo las iglesias que reciben el permiso del gobierno son consideras legales. Todas las demás son ilegales, y a menudo sus servicios sin interrumpidos por la policía y los pastores y miembros de la congregación son golpeados y llevados a la cárcel.
Feng recogió firmas para la solicitud de certificación gubernamental de su iglesia, a fin de que pudiesen reunirse legalmente. Por este “delito” fue arrestado y enviado a la cárcel, sin antes ir a juicio; su hogar y sus posesiones fueron confiscados.
Como resultado de su huelga de hambre, Feng fue enviado a una provincia en el norte del país para ser “reeducado por medio del trabajo”. Durante su estadía en aquel lugar, estuvo viviendo junto a otros dieciséis hombres en una celda que media cuatro metros de ancho por ocho metros de largo. Pasaban doce horas cada día trabajando en los campos. Durante la noche, como eran tantos en una celda tan pequeña, tenían que acomodarse de tal manera que de algún modo todos pudiesen acostarse.
Cuando fue transferido de regreso a Beijing, se negó a cantas las consignas a favor del gobierno junto a los demás prisioneros, y por lo tanto, su “reeducación” tuvo que continuar. En esta ocasión, el proceso de lavado de cerebro incluía tener que mirar todas las noches las noticias que presentaba la estación de televisión controlada por el gobierno. Finalmente, después de más de dos años en prisión y en campamentos de reeducación. Feng fue dejado en libertad el día 7 de febrero de 1998. Para Feng, todo lo que padeció valió la pena, y estaría dispuesto a regresar a la cárcel: “Preferiría estar en prisión por dos años que no hacer algo por mi Dios”, dijo él. De hecho, Feng siente que tuvo suerte. Cuando las noticias de su situación llegaron a los oídos de creyentes de varios países, muchos le escribieron al gobierno de China demandando su liberación. “Otros menos conocidos simplemente son ejecutados”.
Tomado del libro: Locos por Jesús, pág. 180-181