Lectura: 2 Corintios 1:2-6
Nunca sabemos cuándo necesitaremos del consuelo de Dios o cuando su cuidado será la única esperanza para seguir viviendo un día más.
En el ya lejano año de 1932, el pianista, cantante y escritor de música Gospel, Thomas Andrew Dorsey (1899 – 1993), tuvo la necesidad de buscar el consuelo de Dios, ya que en una de las tantas ocasiones en las que lo invitaron a cantar en iglesias, tuvo que dejar a su esposa Nettie quien estaba a punto de tener a su primer hijo. Su participación musical fue excelente, y gracias al mensaje de la Palabra de Dios, muchas personas respondieron al llamado de salvación; todo iba bien, hasta que una vez que hubo terminado la reunión, recibió un telegrama en el cual le comunicaban la trágica noticia de que su esposa había muerto dando a luz a su hijo, y horas más tarde el pequeño también murió.
Dorsey se llenó de tristeza, empezó a tener muchas dudas y se reprochó así mismo preguntándose: ¿Debí haberme quedado en casa en lugar de asistir a esa iglesia para compartir del Señor? ¿Por qué Dios es tan injusto, después de todo fui a cumplir Su voluntad?
Días después de la muerte de su amada Nettie, Dorsey se sentó al piano y a su cabeza llegó una melodía que poco a poco inundó todo su ser y empezó a entonarla, aquellas hermosas notas poco a poco lo llenaron de una paz inexplicable; tan pronto sucedió esto, las letras y notas empezaron a convertirse en una nueva canción: “Precioso Señor, toma mi mano (Take My Hand, Precious Lord)”.
Precioso Señor, toma mi mano;
Guíame, sostenme;
Estoy cansado, débil y exhausto;
En medio de la tormenta y la oscuridad
Guíame a la luz;
Toma mi mano, Señor, llévame al hogar
- Si estás enfrentando un problema que consideras demasiado grande para ti, o si estás pasando por una situación en la cual no ves la salida, pon tu mano sobre la del Señor y permite que Dios te llene de su amor y consolación.
- Dios permite las pruebas, pero también proporciona el consuelo.
HG/MD
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3).