Lectura: Lucas 4:14-21
Un hombre atravesó una terrible crisis financiera que lo dejó sin techo, dirección, y familia. Dormía en un albergue donde servían arroz, sopa y el evangelio. Durante una de esas noches solitarias, contó acerca de un acontecimiento que había vivido en ese lugar: “un voluntario me sonrió como si me conociera. Contó acerca del Padre que corre hacia el hijo pródigo. Entonces, se me quebró el orgullo. Yo pensé: ¡Vino a buscarme a mí también!”, y rompió a llorar. Recibió a Jesús allí mismo. Ese fue el inicio de su nueva vida; cambió su mente, consiguió un empleo, y le pidió perdón a su familia.
Al principio de su ministerio, Jesús fue a la sinagoga de Nazaret, y estando allí se puso en pie ante la multitud y leyó en Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18-19).
Luego, se sentó y les dijo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura en los oídos de ustedes” (Lucas 4:21). Siglos antes, el profeta había proclamado esas palabras (Isaías 61:1-2). Ahora, Jesús anunciaba que Él era el cumplimiento de aquella promesa.
Lee nuevamente y repasa con atención la lista que dejó nuestro Señor Jesús de a quienes vino a rescatar: “pobres, quebrantados de corazón, cautivos, ciegos y oprimidos; personas deshumanizadas por el pecado y el sufrimiento, el quebrantamiento y la angustia”.
- ¡Así es, vino por ti y también por mí!
- Señor, que este día sea el inicio de mi vida, quiero servirte para siempre.
HG/MD
“Pero a todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios.” (Juan 1:12).
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