Lectura: Filipenses 2:1-8

Al pensar en lo que el Hijo de Dios dejó para venir a esta tierra, deberíamos recordar lo siguiente: uno que sufre poco, no debería quejarse en la presencia de uno que sufre mucho.

Por ejemplo: ¿Sería apropiado quejarse amargamente por tener las manos agrietadas por lavar algunos utensilios de la cocina, delante de una persona que no tiene manos?  ¿Qué persona se quejaría de que le duelen los pies ante alguien quien no tiene pies? ¿O que ciudadano que sea sensible, se lamentaría de tener que pagar impuestos frente a la tumba de alguien que dio la vida por su país?

En un contexto infinitamente más amplio, deberíamos pensar seriamente en el nacimiento de Cristo, pues representa el principio de un sacrificio máximo ante el cual, todas nuestras pequeñas molestias se vuelven insignificantes.  El Dios eterno se humilló a Sí mismo y se hizo hombre para vivir y morir por nosotros (Fil.2:5-8).  Cuando nuestro Señor dejó de lado la gloria de los cielos, se convirtió en el Siervo de los siervos.  Entonces, ¿qué derecho tenemos de quejarnos cuando Él nos manda a servirnos mutuamente?  Dar y servir, son las razones centrales por las que Jesús vino a la tierra.

  1. Si comprendemos por qué vino Jesús, nos daremos cuenta de por qué debemos servir al ¡Siervo de los siervos!

 

  1. Dale todo a Cristo, quien dio todo por ti.

NPD/MRD